Hay una frontera entre el tiempo y el TIEMPO. Hay un salto en ese abismo que es el día a día, un salto que asusta, que no permite ver claramente el futuro pero, que grita que tus días no son del todo tuyos.
Todo pasa tan quemando, dejando tanta huella.
¿Qué pudo suceder en el interior que esconden esas ventanas desvencijadas, qué historia quedó detenida para siempre detrás de esos muros? ¿Una pregunta, una curiosidad, un anhelo por saber, es suficiente motivo para detenerse y con la emoción a flor de piel, hacer una foto de algo tan común, tan simple si se quiere, como es una fachada marcada por el tiempo? Yo no tengo duda alguna, en mi la emoción desbocada me paraliza y me mantiene preso mientras me traspasa. De ahí esta foto.
Permitir que la mirada abra puertas y ventanas de ese patio interior que todos poseemos y por las que el viento, el olor y la emoción penetren hondo, muy hondo, allí donde un deseo desconocido de poseer todo lo que la vista alcanza, grita por sentirse atado, cosido a aquel espectáculo que vive fuera y dentro de mi.
Despertar de un sueño, volver a ese espacio-tiempo que llamamos realidad.
Tocaba abandonar ese otro "lugar" en el que a veces una emoción, un determinado sentimiento, o tal vez, una necesidad de buscar donde colocar aquello que se hacía obligatorio colocar donde permitiera a esa queja interna volver a divisar un panorama de paz y sosiego interno.
Toda una experiencia personal.
Fue una mañana muy especial. Allí en esos espacios, entre esos edificios olvidados quedaron depositados unos inolvidables momentos vividos con toda tranquilidad e intensidad que el día requería para que todo volviera a su lugar y el descanso fuese total en ese rincón en el que a veces todo se altera.
Salir de casa con la cámara y sabiendo lo que se busca, lo que se desea, aquello que es una necesidad de ese momento, de ese día, y encontrarlo, es un placer difícil de igualar por ninguna otra emoción. Es pisar ese territorio del que uno se siente propietario.
Acostumbro a mirar al suelo, la mirada baja como si permanentemente buscase algo que alguien hubiese dejado caer. Todo cambia cuando cojo la cámara y me dispongo a hacer fotos. Entonces hay algo que me hace levantar la mirada a lo más alto para buscar aquello que pueda sorprenderme. Me gusta de la arquitectura su altura, sus estructuras fuertes y firmes que mantienen en alto aquello que parecería casi imposible.
Tal vez busco esa fuerza necesaria para soportar el peso de tanto y tanto acontecimiento como me rodea últimamente. Guerras, hambrunas, corrupción, asesinatos machistas, avance de partidos ultras. Y es por buscar esa fuerza, por lo que mirando hacia lo alto, me encontré con esta especie de atalaya ocupando ese lugar tal vez sin mucho sentido.
Una vieja estación de ferrocarriles fuera de servicio y un
tren detenido por mucho tiempo pueden servir de excusa para hablar fotográficamente
del correr de los días. Todo pasa a una velocidad vertiginosa cuando se alcanza
una determinada edad y a veces, en un rincón escondido de la mente, algo se
revela y quiere detener esa prisa.
Mientras caminaba por esta estación, hoy Museo del tren, me
asalto esa idea y me detuve a tomar la foto que representaba ese deseo, ese
sueño imposible. Esto no hay quien lo detenga..
Un día al despertar, descubres que esa mañana necesitas buscar un lugar solitario, un paisaje que te abrace y en el que caminar lento, muy lento para poder dejar atrás los pensamientos y quedarte vestido tan solo de emociones, de sensaciones limpias. Un espacio para habitar en soledad y permitirte ese grito interno que, tal vez, hace demasiado tiempo que no te permites escuchar. Entonces te viene a la memoria ese paseo que ya casi es habitual y que tantas y tantas veces ha servido para dejar caer alguna que otra careta, de algún que otro disfraz. Y te lanzas a la aventura de lo que pueda pasar, de lo que cada instante te depare, dispuesto a aceptar escuchar la voz de ese amigo que siempre camina contigo en silencio y sin presencia alguna.
Los años pasan deprisa, yo diría que volando y me doy cuenta de que el tiempo que queda por vivir es mucho menor que el vivido. Es un
momento inevitable en el que uno hace memoria de muchas cosas y reflexiona
sobre lo que ha de venir. Hay que aceptar y enfrentar esta realidad que venimos
sabiendo desde siempre. Como dice Leonardo Padura en su última novela “Morir en
la arena” (absoluta y altamente recomendable)” la vida es una batalla perdida”
De cualquier modo "En general, la vida es buena"
